Bajó muy apurado los documentos, pisó un charco de sol que se filtraba de un árbol y se preparó para sudar. No, no se quitaría la casaca. Los bolsillos del pantalón apretaban mucho y se le haría muy difícil luego comprobar a cada rato que tenía dinero para pagar el taxi. Y no sólo el dinero, sino su móvil, y las llaves de casa, doradas y viejas que parecían del cofre de algún abuelo. Todo a la mano, por si se le ocurre sospechar que se dejó algo en casa y no estaba para pagar otro taxi de vuelta, más que nada porque ya casi eran las diez y la mañana se le escurría. Como sudor inexistente incluso, ahora que no había ningún taxi en el paradero. Bueno, esperaría uno; además, mira, allí viene...no, el letrerito con el foco ámbar, eso significa que está ocupado. No cómo en Perú, que de eso te enteras cuando el taxi pasa de largo y te deja como tonto con la mano alzada, y por ciego además.
Los minutos se escurrían y ya casi como su sudor que se anunciaba, allí por la frente, con él de pie sufriendo un sol que en realidad no quemaba mucho, medio gay todavía porque el otoño no se termina de ir. Se rió de esto último, y también se acordó del mar sin olas, por si fuera poca la asociación. Cuando se le atraviesa un viejito. Y entonces reflexona para sí: viejito con plata, viejito que no se deja morir. Porque no son pocos, la verdad, los abuelos que uno ve por la calle, los sanos, digo, porque los otros también andan metidos en alguna residencia. Menos éste que, como decía, se le atravesó delante y le ganó el taxi. Bueno, dijo él, al cabo que se lo iba a dejar. Y era cierto poque ya sabía que si no, luego le vendría el remordimento, viejito bajo el sol, esperando, se aburre, y el calor lo adormece, quién sabe tal vez y daba un pasito más adelante y splash que lo arrollaba un motero. Motero que por lo general siempre es la antítesis del viejito: niño imprudente que no toma taxi porque tiene moto y así liga más, hasta que se accidenta. Pero el caso es que el abuelo no se llegó a accidentar porque se cogió el taxi primero. Y Habichuela (quién más podía ser) dijo: bueno, me espero otro. Aquí hubo un silencio, hasta consigo mismo, muy incómodo, y al cabo decidió que el otro taxi sería suyo. Pero no venía ninguno, y él ya casi, nótese casi, se impacientaba. Para entretenerse se acordó del miedo de estarse dejando algún documento, revisó todo con paciencia, muy bien. ¿Y el dinero?, no, no había problema, también lo traía; y empezó a tranquilizarse.
-¿También esperas taxi?
Una señora muy enternecedora de rostro maternal, tal vez con semanas de embarazo, se le acercó delante de su esposo para preguntarle.
-Ah...sí-(sonrisita no cuesta nada, y la señora es tan linda que aunque me cueste un ojo de la cara le sonrío).
Ahí no más llegó un taxi y el hombre se hizo a un lado para que Habichuela lo tomara, pero esto casi ni lo dudo. La pareja llevaba un bolso grande y gordito, color celeste como de bebé, y encima tenían cara de que iban a ser unos padres estupendos y que iban a criar unos hijitos muy pero muy buenos que serían médicos de alguna ONG.
Y cedió su taxi, de nuevo, contento, aunque esta vez ya un poco preocupado de estarse demorando más de la cuenta. "El otro es mío" , "el otro es mío", se repitió como siempre que se repetía las cosas, mucho le gustaba repetirse las cosas, a veces no le bastaba con pensarlas; en especial cuando algo no le salía.
-Esperas taxi, ¿no?
Una chica, más joven que la madre modelo, e irremediablemente linda, no, madre no, le faltaban años, pero sí con una cara de que iba a ser una tía maravillosa para los niños médicos de la ONG. Y justo allí, tentador, se avecinaba el otro taxi, letrerito verde de vacío, muy encendido. Habichuela dudó, dudó mucho. Miró a la tía de los niños médicos, luego al taxista, al letrerito verde, el reloj de su móvil, y por último se miró así mismo imaginariamente, se acomodó un cabello y estiró el brazo.
Ella sonrió muy buena, como que se esperaba que le cedieran el taxi, mentalmente ensayaba un "gracias, por mis sobrinos". Lo cierto es que el joven ése, sin mirarla cogió y se subió a su taxi, incluso le dijo al taxista acelere o algo así, y se largó; dejándola sin nada, qué falta de consideración.
-Pero si soy la tía más buena del mundo-gritó.
(Aquí es necesario aclarar un poco, por si acaso. Nótese que dijo tía en el sentido de tía de algún sobrino. Y que dijo buena, no en el sentido de estar buena, sino en el otro, de ser buena).
La verdad es que Habichuela ni la oyó. En ese momento estaba perdiendo y volviendo a encontrar el dinero del taxi.
Los minutos se escurrían y ya casi como su sudor que se anunciaba, allí por la frente, con él de pie sufriendo un sol que en realidad no quemaba mucho, medio gay todavía porque el otoño no se termina de ir. Se rió de esto último, y también se acordó del mar sin olas, por si fuera poca la asociación. Cuando se le atraviesa un viejito. Y entonces reflexona para sí: viejito con plata, viejito que no se deja morir. Porque no son pocos, la verdad, los abuelos que uno ve por la calle, los sanos, digo, porque los otros también andan metidos en alguna residencia. Menos éste que, como decía, se le atravesó delante y le ganó el taxi. Bueno, dijo él, al cabo que se lo iba a dejar. Y era cierto poque ya sabía que si no, luego le vendría el remordimento, viejito bajo el sol, esperando, se aburre, y el calor lo adormece, quién sabe tal vez y daba un pasito más adelante y splash que lo arrollaba un motero. Motero que por lo general siempre es la antítesis del viejito: niño imprudente que no toma taxi porque tiene moto y así liga más, hasta que se accidenta. Pero el caso es que el abuelo no se llegó a accidentar porque se cogió el taxi primero. Y Habichuela (quién más podía ser) dijo: bueno, me espero otro. Aquí hubo un silencio, hasta consigo mismo, muy incómodo, y al cabo decidió que el otro taxi sería suyo. Pero no venía ninguno, y él ya casi, nótese casi, se impacientaba. Para entretenerse se acordó del miedo de estarse dejando algún documento, revisó todo con paciencia, muy bien. ¿Y el dinero?, no, no había problema, también lo traía; y empezó a tranquilizarse.
-¿También esperas taxi?
Una señora muy enternecedora de rostro maternal, tal vez con semanas de embarazo, se le acercó delante de su esposo para preguntarle.
-Ah...sí-(sonrisita no cuesta nada, y la señora es tan linda que aunque me cueste un ojo de la cara le sonrío).
Ahí no más llegó un taxi y el hombre se hizo a un lado para que Habichuela lo tomara, pero esto casi ni lo dudo. La pareja llevaba un bolso grande y gordito, color celeste como de bebé, y encima tenían cara de que iban a ser unos padres estupendos y que iban a criar unos hijitos muy pero muy buenos que serían médicos de alguna ONG.
Y cedió su taxi, de nuevo, contento, aunque esta vez ya un poco preocupado de estarse demorando más de la cuenta. "El otro es mío" , "el otro es mío", se repitió como siempre que se repetía las cosas, mucho le gustaba repetirse las cosas, a veces no le bastaba con pensarlas; en especial cuando algo no le salía.
-Esperas taxi, ¿no?
Una chica, más joven que la madre modelo, e irremediablemente linda, no, madre no, le faltaban años, pero sí con una cara de que iba a ser una tía maravillosa para los niños médicos de la ONG. Y justo allí, tentador, se avecinaba el otro taxi, letrerito verde de vacío, muy encendido. Habichuela dudó, dudó mucho. Miró a la tía de los niños médicos, luego al taxista, al letrerito verde, el reloj de su móvil, y por último se miró así mismo imaginariamente, se acomodó un cabello y estiró el brazo.
Ella sonrió muy buena, como que se esperaba que le cedieran el taxi, mentalmente ensayaba un "gracias, por mis sobrinos". Lo cierto es que el joven ése, sin mirarla cogió y se subió a su taxi, incluso le dijo al taxista acelere o algo así, y se largó; dejándola sin nada, qué falta de consideración.
-Pero si soy la tía más buena del mundo-gritó.
(Aquí es necesario aclarar un poco, por si acaso. Nótese que dijo tía en el sentido de tía de algún sobrino. Y que dijo buena, no en el sentido de estar buena, sino en el otro, de ser buena).
La verdad es que Habichuela ni la oyó. En ese momento estaba perdiendo y volviendo a encontrar el dinero del taxi.