Por esos tiempos la casa grande, costeña y señorial, Chimbotana y oliendo a sales todavía(la ciudad aún no empezaba a apestar a pescado); se había convertido en una especie de pensión, por esto del crecimiento industrial-pesquero, la inversión extranjera y el hecho éste de que cuando un sector crece, algo les chorrea a los otros, pero todavía ni gota, hijito; le dijo su mamá; hasta eso alquilamos cuartos que la migración se nos viene y aquí hay negocio.
Habían tres habitaciones disponibles. En una se había instalado una señora regordeta y colorada que llegó de Trujillo. Venía para trabajar en la fábrica nueva de la urbanización que ayer era puro pampón y ahora casi hasta tenía su placita de armas. Ningún problema con ella, principalmente porque era sola, tenía sus cosas en su cuarto y de común, nomás usaba el baño y la cocina. Hasta empezaron a llevarse bien con el nene, a pesar de que éste no siempre sabía qué decirle cuando se la cruzaba, a las justas y le aplicaba "sonrisita no cuesta nada" bien perezoso(ya les había dicho que era idéntico a Habichuela) y luego seguía de largo. Pasaron un par de semanas y ya el niño le cogió confianza. Si bien en un principio había sentido recelos típicos hacia la extraña por esto de que vivía en su casa, definitivamente no tuvo problemas con ella y andaba tranquilo. Hasta que llegaron las de Sálem.
-No hijito, también vienen de Trujillo.
Sí, mami. Pocas películas veía su mamá y el niño igualito a Habichuela decidió que mejor no la contradecía.