27 mar 2008

La pensión I

Llegaron de Sálem. Esa fue la primera impresión que tuvo el niño al verlas. Y efectivamente. En algún lugar, por las entrañas de Perú, en un valle pequeñito y perdido, hermoso seguramente pero recóndito y cerrado al exterior, autosuficiente, oscuro, con árboles melenudos y lacios; en un lugar así...no quedaba Sálem. Pero como el niño de esta historia, que se parecía mucho a Habichuela, ya se había tomado el trabajo de imaginárselo todo, ni vuelta que darle, tuvo que quedar Sálem allí.
Por esos tiempos la casa grande, costeña y señorial, Chimbotana y oliendo a sales todavía(la ciudad aún no empezaba a apestar a pescado); se había convertido en una especie de pensión, por esto del crecimiento industrial-pesquero, la inversión extranjera y el hecho éste de que cuando un sector crece, algo les chorrea a los otros, pero todavía ni gota, hijito; le dijo su mamá; hasta eso alquilamos cuartos que la migración se nos viene y aquí hay negocio.
Habían tres habitaciones disponibles. En una se había instalado una señora regordeta y colorada que llegó de Trujillo. Venía para trabajar en la fábrica nueva de la urbanización que ayer era puro pampón y ahora casi hasta tenía su placita de armas. Ningún problema con ella, principalmente porque era sola, tenía sus cosas en su cuarto y de común, nomás usaba el baño y la cocina. Hasta empezaron a llevarse bien con el nene, a pesar de que éste no siempre sabía qué decirle cuando se la cruzaba, a las justas y le aplicaba "sonrisita no cuesta nada" bien perezoso(ya les había dicho que era idéntico a Habichuela) y luego seguía de largo. Pasaron un par de semanas y ya el niño le cogió confianza. Si bien en un principio había sentido recelos típicos hacia la extraña por esto de que vivía en su casa, definitivamente no tuvo problemas con ella y andaba tranquilo. Hasta que llegaron las de Sálem.

-No hijito, también vienen de Trujillo.

Sí, mami. Pocas películas veía su mamá y el niño igualito a Habichuela decidió que mejor no la contradecía.

25 mar 2008

manos trizadas

Se molió los huesos en el suelo de piedra. A través de la ventana, el alma, luego de asomarse demasiado para tocar la noche con la punta de la nariz.
Se incorporó sacudiéndose el polvo estelar, pero sintió el jalón antes de bajar a mirar la carretera tras las verjas de la casa. Un hilo de plata le unía a su cuerpo del otro extremo, a cada paso se tensaba más, prohibiéndole la noche
-Ah!
Tiró del hilo con ambas manos, muy fuerte hasta lastimarse y dejarlo. Pero con el último intento pudo ver que algo de cuerpo había logrado arrastrar. Un brazo ya colgaba del marco de la ventana. Y el hilo había aflojado un poco, pero no suficiente, porque sus pasos esforzados resbalaban todavía sobre el trecho que no lograba alcanzar. Desesperaba y alargaba la mano para sentir más frío, más viento, tocar el jardín que a esas horas murmuraba su excitación con sonidos diversos, detallados y extraños. Y de pronto toda la noche se le hacía especialmente deliciosa, exquisita, y muy en contraste con el radio que le marcaba el estúpido hilo plateado, insípido hasta no poder más.
-Insípido y egoísta-grito. Lo olió y tampoco olía nada.
-Inodoro-añadió- y cruel.
Esto último porque miro sus manos, y la sangre se le derramaba. Pero el hilo seguía sin inmutarse. Además de todo irrompible. Apretó los dientes y tiró otra vez del hilo, esta vez haciendo rabietas. Y tiró otra vez, con más furia, lastimándose de nuevo; pero impulsado por su deseo de traerse abajo el cuerpo que tanto le estorbaba. Los brazos ya colgaban de la ventana, la cabeza, medio cuerpo ahora, y la cintura. Ya sólo le quedaba un último jalón, pero se detuvo. No sería capaz, pensó. Se mataría talvez, o se haría mucho daño. Pero la noche le sedujo otra vez, le besó en la nuca y en los labios, hay más de lo que ves. Y le habló de los viñedos, más lejos, a medio camino, de otros jardines y noches más claras, frías y complacientes. El otoño ya ha terminado, le decía, las flores, las flores de los cercis, no, no...ya son rosadas,le susurró al oído, le acarició... y caen a cientos, porque no se dan abasto entre las ramas...Así le endulzó el entendimiento, así le dijo y le siguió diciendo tanto, que fue capaz, tuvo la fuerza en los brazos y toda la determinación del mundo, a pesar del dolor de las manos, de los dedos trizados, fue capaz, mucho, mucho.

Traté de seguirle, pero mi propio hilo de plata ya estaba tenso al máximo. Habichuela dormía del otro extremo, y yo no era capaz de hacerle daño. Así que sólo lo vi marchar. Se fue arrastrando los brazos, sangrando el camino; jalando del cuerpo al que estaba atado.

24 mar 2008

Habichuela's Fbck

-...y por eso, choferaza no soy-dijo su tía-.La otra vez me caí en una zanja por tratar de cambiarle a la radio.

Eso no sonó muy alentador, pero bastaba con echarle un vistazo al panorama. De izquierda a derecha, de arriba a abajo; Habichuela comprendió que en un lugar tan lindo, la gente no podía morirse en un accidente automovilístico.

El sol recortaba la sombra en diagonal, desde atrás de la hilera de casas. La pista era angosta y de doble sentido, las calles apretujadas se comían las veredas, a veces de subida, otras de bajada, o todo horizontal. Él se imaginaba viviendo en alguna casota de esas, de dos pisos, dos, increíble, qué haría la gente con tanta casa, seguro que había habitaciones para todo. Si él viviera allí, hablaría italiano, haría buenos amigos, sería amable con todo el mundo y... no se le ocurría qué más. La idea de trabajar en alguna tienda, o fábrica cercana, le asfixiaba en el pecho. Bueno, decidió, viviría por temporadas y nunca vendría sólo y además no se olvidaría de ponerse internet, eso sí, porque sino, ahí sí se moría.

Frenón de golpe. Su rostro casi se estampa contra el parabrisas. Las gafas fueron a dar por debajo del asiento.

El sujeto que conducía el otro auto les miró frunciendo los labios, pero sin una idea clara sobre quién fue el imprudente; por tanto no sabía si pedirles disculpas o bajarse echando pestes sobre ellos. Al final sólo retrocedió, les dio paso, y la tía de Habichuela decidió seguir conduciendo. Estúpida calle pintoresca, angosta y de doble sentido, a quién se le ocurre.

-No es culpa de la calle, sino del gordito-dijo ella-.Yo tenía la preferencia...-repaso mental del manual-sí, yo la tenía.

Bueno, pensó Habichuela, una vez que pasó el susto, está comprobado, aquí la gente se muere de vieja.