20 may 2008

el pianista sin gracia I, quizás



Comida incluida, diez euros por hora cuando tocaba y cinco cuando lavaba platos. Precio justo pensaba el calvo de su jefe, a pesar de que su vieja madre bruja post jubilada creía que simplemente era un despilfarro de dinero, el tenerlo contratado.

No, no se llamaba Habichuela, ése sólo toca flauta; y éste le daba al piano. Donde quiera que viviese tenía uno eléctrico que le servía para practicar. Se lo cargaba a la espalda todos los días para subirlo hasta la azotea, por esto de que las viejas brujas post jubiladas abundan por todos lados, y él también tenía a una de vecina que no soportaba la bulla. Al techo, señor!! Y como era un edificio sin ático, cosa rara, cuiiiiii rechinaba la puerta cuando subía, encima que hacía un frío de la gran puna. Y dale que dale, tempranito por la mañana repasaba los mismos libros de ejercicios y se aplicaba en alma al método "páguese el piano mientras trabaja" y luego arremetía con los primeros ejercicios para estirar los dedos larguísimos que tenía y alcanzar toditas las teclas. Ya terminando se permitía repasar algunas de sus composiciones que tocaba con mucho sentimiento, lo suficiente como para que su madre se eche a llorar si lo escuchara, que en paz descanse.

Lava y lava platos como esclavo de manos arrugadas a pesar de que llevaba guantes. La cocina del bar era una humareda completa que le empañaba las gafas y el cocinero un experto en ensuciar las cosas, derramar y despilfarrar siempre que le entraba el trance de la creación gastronómica, mismo Pollock con el lienzo tirado en sesión action painting con dripping incluido. Y él lava y lava platos, molestísimo con la libertad creativa de los artistas, menos la suya porque él nunca fregaba a nadie, ni siquiera a la vieja, en fin. Entrada la noche la gente llegaba más que nada a beber, así con ganas de pasarse un rato en el bar, rematar el día, reunirse con los amigos, cenar un poco, o quién sabe por qué llegaban, pero no era para escucharlo tocar, por lo general. Si había fútbol llegaba mucha más gente, y a él lo fregaban porque eso implicaba más tiempo lavando platos y nada de tocar el piano, o sea que le pagaban menos, aunque igual siempre lo soportaba todo con tal de vivir de lo que le gustaba....vivir a medias, se corregía...casi vivir, se lo pensaba más...sobrevivir, eso está mejor. Sobrevivía de lo que le gustaba. Y si bien, no hay que negarlo, tenía cierto don para mover las teclas, a veces cuando enchufaba su piano eléctrico y miraba de reojo a la gente en la barra y en las mesas, todas a los suyo sin darse cuenta de él, se le iba todita la prodigiosidad y se sumía en una especie de desaliento que le dejaba nulo. Siempre jazz, por lo general, era lo que tocaba. Su preferido Ray Charles, y cuando conseguía olvidarse del clima sofocante que le envolvía, siempre se soltaba con un You don't know me, de todo corazón y con un atisbo de sentimiento. Entonces algunos dejaban de beber para mirarlo y darse cuenta de su existencia. Una especie de placer les recorría desde los oídos hasta las entrañas, porque el muchacho realmente tocaba bien esa canción, no digamos la cantaba porque si cantaba o no igual de bien, eso es algo que no voy a decir. El problema era que cuando conseguía la atención de todos, zas, sus propios rostros le traían de vuelta a la realidad y clic, casi se equivocaba en la nota final. Pero como ya acababa su turno, no hacía más que levantar una mano y despedirse, ponerse de pie, desenchufar los cables y cargar pa' dentro su piano. A seguir lavando un poco más de platos.