30 jul 2008

a98-ventanilla 2...espere usted sus tres horas hasta que le toque

Era un banco joven que quería hacerse de un nombre en la ciudad. Empezó dando créditos a intereses bajos, y no funcionó. Se publicitó por la tele, y empezó a llegar algo de gente pero no demasiada. Al gerente se le ocurrió sortear automóviles, viajes a Kuala Lumpur (no sé por qué, pero dicen que es bonito) y unos boletos para la final de la Champions que nadie ganó porque ni se enteraron.

Así que una noche el tipo en vez de suicidarse, dio un paseo por sus oficinas, los corredores, las ventanillas, tratando de meditar una solución. Pero como esto no era su fuerte más bien cogió un bate de béisbol y se soltó dando palos a diestra y siniestra, lo cual para variar, le dio una idea.

A pesar de la falta de presencia que tenía su banco, sabía muy bien cuál era su fuerte: el trato al cliente, puesto que además eran una empresa relativamente modesta. De forma que modificó los anuncios por tele y esta vez resaltó lo buenos y serviciales que eran sus empleados, nunca trataban mal a nadie, y el servicio era muy rápido, todo bien organizado, sin largas colas ni embrollos. Eso dijo, pero bueno, esto lo dicen todos los bancos, no tiene nada de nuevo. Entonces añadió que si ocurría lo contrario, el cliente muy bien podía coger un bate de béisbol y darle de golpes a lo que fuera, tal como hizo él esa noche (salvo que esto no lo mencionó). Y en fin, se llenaron de clientes. Todo el mundo estaba ansioso por encontrar el indicio más mínimo de mal trato. Provocaban a los trabajadores ligeramente e inventaban embrollos que eficientemente desbarataban al instante los buenos y pacientes funcionarios, y pasaron meses y nadie pudo levantar ninguna queja. Pero como ningún sistema es infalible, yo una vez fui a ese banco.

En el camino pasé debajo de una escalera, pise caca de perro y me salpicó de lodo un auto; y más por culpa mía que de ellos se tardaron una hora en atenderme porque encima me olvidé las gafas y leí mal mi número de ticket, que a las finales resultó que sí estaba ligeramente mal impreso. Llegó el gerente y todo, comprobó la situación (yo no mencioné lo de las gafas, estaba furioso) y me entregó un bate de béisbol con todo su pesar y casi llorando. Me hubiera ofrecido dinero por mi silencio, pero quién sabe cómo se enteró la prensa y ya estaban tomando fotos y grabando el momento. Y yo feliz de la ira lo tomé y fui directo a una computadora que tuve cerca. La desenchufé, no vaya a ser que me electrocute, y luego le metí un castañazo en todo el monitor. Fui feliz. Me quedaban dos golpes, dijo el gerente. Y sin pensármelo me cargué la estúpida pantallita que siempre pasa todos los números a ser atendidos menos el tuyo, y... (no hay sonido onomatopéyico que lo describa, salvo éste: Sclash!), ya el gerente estaba llorando. A todo esto las cámaras me filmaban. Me quedaba un golpe y decidí ir por la fotocopiadora, no sé por qué pero las odio, así nomás sin razón alguna, a priori. Y no me fije en que alguien la había dejado funcionando cuando le metí tremendo batazo que sonaron las chispas, Chiz, pish, clish y ya se estaba incendiando el aparato. Y como tenía muchas hojas por fotocopiar eso no tardó en arder y además los separadores de los cubículos eran de triplay y también se prendieron fuego. Lo bueno que todo el mundo logró salir de allí antes que el banco se quemara. Los bomberos estaban de feria (o_o) así que llegaron ya en la noche y el gerente entre lloros dijo también que eran un banco modesto y por tanto no tenían sistema contra incendios, y todos nos caímos patas arriba estilo condorito. Lo bueno fue que cobré mi giro antes de todo el rollo del bate de béisbol, así que me esfumé derecho para mi casa. En el camino volví a pisar caca de perro.