Estaba esperando el fin de año, y ciego. El reloj de la iglesia había tocado las once hacía poco tiempo. Una hora, una hora para año nuevo... pero quién sabe, la verdad es que el cura a cargo era muy viejito, y se le escapaban las cosas más elementales... como ajustarle la hora al reloj de su iglesia, que llevaba atrasado un tiempo indefinido de forma que quizás, el cieguito simplemente estaba como sonsito pendiente de la llegada de un año que acaba de comenzar hacía quién sabe cuánto tiempo.
-Una monedita, por caridad...
Clic, sonó la monedita.
-Gracias, gracias, gracias...-agradecido era el cieguito mendigo. Y tontorrón, porque el mocoso palomilla había sacado su lapicero y Clic, hizo sonar la latita. Le hizo mucha gracia y su novia se rió también como quien no quiere la cosa; y a medio camino se regresó hasta el mendigo. Clic, otra estafadita. Soy bien gracioso, se dijo.
-Gracias, gracias, gracias papá....-Mongol.
Cuando el reloj tocó las doce, la gente en los alrededores no hizo más que reírse, jeje, el curita está cada vez más viejo. Porque el año nuevo en realidad había sido ayer, y por otro lado el reloj sólo estaba atrasado un par de minutos.
Por su parte, el cieguito recogió sus cosas, vació su latita y, córcholis, el viento hizo Puf sobre su mano. No había ninguna moneda. Se rascó la cabeza un buen rato, porque le picaba mucho y porque no sabía qué se le hicieron las monedas. Se retiraba ya, maldiciendo, cuando el curita octogenario le salió al encuentro con una mano alzada y a punto de echarle la bendición al pueblo, por lo del año nuevo. Pero se topó con el cieguito y se le derramó íntegra la bendición. Sin embargo, emocionado y muy amante del prójimo, le saludó afectuosamente. De la misma forma le respondió el otro. Y se abrazaron los dos viejitos, a las puertas del dos mil "x", porque en realidad aquel año viejo había sido bisiesto, osea que duró un día más y en el fondo el pueblo estaba equivocado y ellos tenían la razón.