en el campanario, hacía más frío de lo habitual, y a través de las llanuras se avecinaba la noche cargada de lluvia. Una cuerda deshilachada y vieja dormía los años en medio del silencio, bajo la sombra de una campana ciega. De vez en cuando hacía suficiente viento, y la cuerda se movía casi dos centímetros de su posición. Y de repente del otro extremo, a través del túnel que desembocaba en el ala lateral de la iglesia, capitas de polvo se alborataban ligeramente sobre un suelo sin huellas, oscuro y cargado de bancas. Abandonadas, las bancas; nadie madrugaba para sentarse sobre ellas. Ahora que el pueblo había terminado de agonizar, la soledad como un manto lo invadía todo y se regodeaba a su gana, comiendo hasta reventar de los recuerdos del aire. No se percataba del día, ni de la noche, porque no les temía. En esos valles asfixiados por la sequía apenas y soplaba el odioso viento de vez en cuando, imposible de contener, moviendo centímetros de cosas, desordenando ligeramente su reino. Maldito. No podía hacer nada, pero era tan débil, siempre tan débil el viento, que daba igual.
Silencio, soledad...nubes, nubes, nubes. Esa noche llovió. Esa noche, cuando llovió...
La soledad rugió, se removió hasta sus cimientos; lloró con rabia y se extendió a través de todo el espacio para llenarlo de quietud, pero como no escampaba, ni lo haría en muchas horas; no tuvo más remedio que abandonar las plazas, las casuchas y los recovecos, para correr a refugiarse bajo los fuertes cimientos de la catedral, y esperar, salivando odio, a que terminara todo. De forma que se quedó dormida, acurrucada sobre sí misma hasta que amanezca. Y entonces, cuando salió vio que todo el pueblo era un charco, las calles antes invisibles, ahogadas por el polvo y la decadencia, asomaban su rostro débilmente, volvían a delimitarse. Pero el sol de medio día no tardó en apagarlo todo. Pasaron semanas, dos. Y la plaga que se alimentaban del recuerdo, dueña de todo lo baldío, volvía a deslizarse limpiamente sobre sus dominios. Eran días en que la vieja cuerda del campanario no daba señales de vida, y la campana seguía ciega; pero una tarde se sintió más frío del habitual. A través de la llanura habría podido observarse ejércitos de nubes oscuras viniendo. Esa noche llovería, y la otra, y la otra. Durante semanas la desolación iba a temblar, escondida en su rincón y de día saldría a reparar sus tesoros de quietud, sin más herramienta que su trabajo, que se mueve lento, con los años. Soportaría, curtida en desastres, trajinada en la inundación, días y meses, como una ciudad siendo sitiada.
Silencio, soledad...nubes, nubes, nubes. Esa noche llovió. Esa noche, cuando llovió...
La soledad rugió, se removió hasta sus cimientos; lloró con rabia y se extendió a través de todo el espacio para llenarlo de quietud, pero como no escampaba, ni lo haría en muchas horas; no tuvo más remedio que abandonar las plazas, las casuchas y los recovecos, para correr a refugiarse bajo los fuertes cimientos de la catedral, y esperar, salivando odio, a que terminara todo. De forma que se quedó dormida, acurrucada sobre sí misma hasta que amanezca. Y entonces, cuando salió vio que todo el pueblo era un charco, las calles antes invisibles, ahogadas por el polvo y la decadencia, asomaban su rostro débilmente, volvían a delimitarse. Pero el sol de medio día no tardó en apagarlo todo. Pasaron semanas, dos. Y la plaga que se alimentaban del recuerdo, dueña de todo lo baldío, volvía a deslizarse limpiamente sobre sus dominios. Eran días en que la vieja cuerda del campanario no daba señales de vida, y la campana seguía ciega; pero una tarde se sintió más frío del habitual. A través de la llanura habría podido observarse ejércitos de nubes oscuras viniendo. Esa noche llovería, y la otra, y la otra. Durante semanas la desolación iba a temblar, escondida en su rincón y de día saldría a reparar sus tesoros de quietud, sin más herramienta que su trabajo, que se mueve lento, con los años. Soportaría, curtida en desastres, trajinada en la inundación, días y meses, como una ciudad siendo sitiada.
Y un día, cuando el primer hombre vuelva, cuando sus hijos de nuevo crezcan sobre la misma tierra; los ecos de la vida se comerán la soledad, y tal vez la vieja cuerda se sacuda los años de polvo, y poco a poco, la campana recobre la vista.
1 dijeron...:
Todo son ciclos en este mundo, aunque algunos solo los vivimos a medias. saludos, "habi"
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